sábado, 5 de noviembre de 2011

Canícula en los claustros del Carmen



Lejana ha quedado aquella Valencia de patios y huertos que se advierte en el plano de la ciudad de Tomás Vicente Tosca (1704), reflejo de un ancestral urbanismo mediterráneo, planteado a escala humana y que subsistió hasta mediados del siglo XIX. La imbricación de vegetación y arquitectura no sólo es una herencia cultural del mundo clásico e islámico, reinterpretada por la emergente arquitectura bioclimática, sino una necesidad especialmente tangible en el tórrido verano que padecemos en estos momentos. El urbanismo desarrollado en Valencia, lejos de adaptarse a las condiciones medioambientales de la ciudad, nos prodiga con desmesurados hitos urbanos y un buen número plazas duras en el centro histórico que ahuyentan a los ciudadanos.

Si alguien pretende refugiarse de la canícula en los claustros del antiguo Convento del Carmen, observará con perplejidad como recientemente ha sido exterminado todo el acanto que cubría la totalidad de los parterres del claustro renacentista. Estas vivaces hojas del Nilo, que florecen ahora en verano, no solo evocaban la antigüedad grecolatina, sino que daban una inusitada frondosidad al patio, cuya decadente belleza seguro que hubiera turbado al mismo Schiller. No hace falta ser un poeta romántico alemán -tan sólo un sensible observador abezado- para descubrir el atractivo de este maltrecho claustro de capiteles alcarreños y orden toscano, cuya policromía barroca aun subyace bajo diversas capas de cal.

Mientras en numerosos edificios históricos se han hecho efectivos los estudios de paleopolen para restaurar sus jardines, como es el caso del emblemático convento mexicano de Churubusco o del palacio de Medina-Al-Zahara, en la ciudad de Valencia -anclada en pretendidos planteamientos neoracionalistas- se ignoran las conclusiones de estos estudios científicos sin más miramientos, quizá para el deleite de algunos arquitectos diletantes que experimentan con el patrimonio de todos nosotros. Parece ser que no se han dado cuenta, que de igual manera que se restauran los edificios, también hay profesionales que restauran los jardines históricos.

El efecto refractante de la grava del claustro gótico del Carmen hace que la temperatura del mismo suba hasta tres grados respecto a la registrada en la calle inmediata. Este descabellado "ajardinamiento" del patio, más propio de la pista central de Roland Garros o quizá de un jardín de reminiscencias Zen, no es el adecuado para el claustro ojival del Carmen Calzado de Valencia, cuya rica historia botánica se merece mayor respeto y consideración. Otro tanto ocurre con el claustro del San Miguel de los Reyes, donde un minúsculo seto geométrico nos ayuda a "leer la arquitectura" como si los ciudadanos fuéramos analfabetos en el arte de Vitruvio.

En el llamado claustro renacentista del Carmen, más bien obra del clasicismo monumental a caballo entre el siglo XVI y XVII, todavía se conservan sobre el ángulo suroeste dos placas de cerámica incisa colocadas en losanje en 1738, donde se da noticia de la plantación de palmeras en ambos claustros con motivo de la celebración del V Centenario de la Conquista de Valencia. Estas palmas han desaparecido, pero aun subsisten y destacan de distintos estadios un magnífico ciprés, un imponente platanero y los nísperos que hacían la delicia de los estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. Esperemos que en la futura restauración del claustro se mantenga intacta su frondosidad y se repongan los acantos, y de no ser así, ya somos unos cuantos los que imitando a la Baronesa Thyssen amenazamos con encadenarnos al platanero del claustro.

Publicado en Levante-emv, 18/08/2006, p. 4

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