Cada vez que deambulo por el Museo
de Bellas Artes de Valencia me quedo más perplejo ante la incoherencia y
desatino que va tomando el “discurso” museográfico. Antes había un cierto
recorrido lineal, en el que un periodo histórico se sucedía a otro con cierta
cohesión pedagógica. No es que no hubieran lagunas y saltos, pero estos no eran
mortales… Ahora todo el ligazón didáctico salta por los aires y después del
naturalismo de los Ribalta y Espinosa nos encontramos de bruces con el
luminismo de Sorolla, al que ya me he referido en este blog.
Hoy quiero centrarme sobre la
antigua sala dedicada a la pintura del siglo XVIII. Aquella que fue la más
conseguida y entonada del museo desde mis personales ideales estéticos. Una
sala armónica, que pintada de azul celeste y con la madera encerada, evocaba sutilmente
en mi memoria la impresión que hizo en Goethe la visita a la Galería Real de
Dresde en 1786 y que glosa en Dichtung
und Warheit. Aquella sensación solemne de templo de las artes,
conseguida por la elegante sacralización de la obra de arte y su entorno, hoy ha
sucumbido ante el mal gusto…
De entrada la sala del siglo
XVIII pivota entre la obra de dos genios como son Vicente López y Francisco de Goya,
cuya obra se encabalga hasta bien entrado el siglo XIX, reduciendo a la más mínima
expresión todo el setecientos valenciano, hasta tal punto que solo se muestra
una única obra de José Vergara, el pintor más prolífico y destacado del
academicismo valenciano e ilustrado con mayúsculas. A día de hoy hay más
Vergaras colgados en mi casa que el Museo de Bellas Artes de Valencia. Respecto
a la rebautizada “Sala Vicente López”, debería llamarse “Vicente López &
hijos”, ya que allí también se alojan las obras decimonónicas de Bernardo y Luís
López Piquer. Además se da la incoherencia de que un número significativo de
obras de Vicente López no se han reagrupado y permanecen diseminadas por los
corredores del museo. Una reunificación de toda la obra de Vicente López tendría
cierta lógica, siempre que hubiera espacio suficiente para ello o se enmarcase
dentro de una exposición temporal, que no es el caso…
La única alegría que nos da
la sala es el magnífico retrato del mariscal Louis-Gabriel Suchet adquirido recientemente
por el Ministerio de Educación y Cultura al anticuario barcelonés Arturo Ramón.
La figura de Suchet y sus significación histórica para el museo también ya ha
sido reivindicada por en este mismo blog y no vamos a insistir más en ello. En este
feliz suceso también es de justicia destacar los buenos oficios de Javier Pérez
Rojas, Felipe Garín y de José Gómez Frechina.
Salgo turbado de la sala y
me veo las arquillas donadas por D. Pere Maria Orts apiñadas sobre sus tapices…
¡Per l’amor de Déu!, es que no hay mesura, ni comedimiento
y ni buen gusto en este museo... Ya enojado me bajo a tomar una tila a la
cafetería, pero está cerrada, al igual que está desmantelada la librería… A ver
si el Estado nos rescata de una vez por todas y denuncia el Convenio de 1984, apartando
definitivamente a la Generalitat
Valenciana de la gestión de este museo que hay que recordar
que es de titularidad estatal.