sábado, 5 de noviembre de 2011

El Patio del Embajador Vich


La reconstrucción del patio del Embajador Vich en el Museo de Bellas Artes de Valencia, es una extraordinaria noticia que da una nueva dimensión al Museo, que va creciendo en altura de miras. Algunas voces críticas se mostraron reticentes cuando se adoptó esta decisión en el año 2000, obedeciendo una buena parte de estos posicionamientos a intereses personales y al consiguiente oportunismo político. No se puede sostener desde el razonamiento crítico que la caprichosa actuación de los arquitectos Luis Ferreres y Salvador Almenar en el exconvento del Carmen fuera un ejemplo de "eclecticismo arquitectónico" como se argumentó para salvaguardar esta intervención que data de 1908. Hay que recordar que en este durísimo proyecto se distorsionaron gravemente los espacios del antiguo refectorio y aula capitular, cuyos paramentos serán gravemente mutilados. Asimismo un buen numero de piezas de mármol del patio Vich fueron rotas para lograr ser acomodas entre los contrafuertes del refectorio, conformando un discutible "anticuario" inaugurado por Alfonso XIII en 1910.
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El periplo de los mármoles Vich, tras el derribo del palacio del Barón de Llaurí en 1859, evidencia los altibajos en el compromiso patrimonial de la sociedad valenciana. En un primer momento la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos propició su salvamento trasladando una buena parte de estos materiales al antiguo Museo del Carmen, otra partida de estos mármoles fue reutilizada por el arquitecto Sebastián Monleón en la construcción Casa Oliag, situada en la valenciana plaza de Tetuán, inmueble que ha sido demolido hace unos pocos años y del que solo se conserva su fachada. El primer aprovechamiento de los mármoles Vich, más que una puesta en valor, se debe al arquitecto Salvador Escrig quien en 1860 situó seis de sus columnas en el zaguán del Museo. Posteriormente se sucede la referida intervención de los arquitectos Ferreres y Almenar, en cuyo transcurso se trazó un proyecto alternativo mucho más ambicioso, obra del arquitecto Pascual Sanz, quien planteó por primera vez en 1909 la reconstrucción del patio Vich.

Tras el traslado del Museo de Bellas Artes a su actual sede en 1946, el material sobrante de la intervención Ferreres-Almenar, fue depositado en el jardín exterior de San Pío V, donde cayó prácticamente en el olvido. Afortunadamente, el decidido empeño de su actual director, que ha tenido que sortear más de un obstáculo para llevar a buen termino la obra, a logrado reunir ambos depósitos y propiciar su reconstrucción museográfica, que en algunos aspectos formales recuerda a la practicada en el Museo Metropolitano de Nueva York con el patio del palacio de Vélez-Blanco, aunque en este caso su reconstrucción fue fruto del elginismo. Esperemos que en un futuro inmediato también se aborde la anastilosis de los maltrechos palacios renacentistas de Oliva y Betxí, cuyos patios son el antecedente y uno de los consecuentes del cortile Vich.

La pretensión de hacer evidente la marca de nuestro tiempo en la reconstrucción del patio Vich, como dictamina la Carta de Venecia (1964), produce una buscada revisión formal del conjunto, válida para entender la reposición y anastilosis practicada por el arquitecto Salvador Vila. Los que propugnamos planteamientos de mayor rigor histórico en la intervención patrimonial hubiéramos deseado otras soluciones formales, pero no es este el momento disputas florentinas, sino de alturas de miras.

No cabe, pues, más que felicitarse por la recuperación de la memoria histórica de uno de palacios más significativos del Renacimiento hispánico, de su mecenas Jerónimo Vich y en definitiva de la ciudad de Valencia, muchas veces ninguneada desde la vieja historiografía de su posición de adelantada del Renacimiento.

Publicado en Levante-emv, 8/07/2006, p. 4

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