martes, 31 de julio de 2012

Sobre las salas de Vicente López y Goya en el Museo de Bellas Artes de Valencia





Cada vez que deambulo por el Museo de Bellas Artes de Valencia me quedo más perplejo ante la incoherencia y desatino que va tomando el “discurso” museográfico. Antes había un cierto recorrido lineal, en el que un periodo histórico se sucedía a otro con cierta cohesión pedagógica. No es que no hubieran lagunas y saltos, pero estos no eran mortales… Ahora todo el ligazón didáctico salta por los aires y después del naturalismo de los Ribalta y Espinosa nos encontramos de bruces con el luminismo de Sorolla, al que ya me he referido en este blog.

Hoy quiero centrarme sobre la antigua sala dedicada a la pintura del siglo XVIII. Aquella que fue la más conseguida y entonada del museo desde mis personales ideales estéticos. Una sala armónica, que pintada de azul celeste y con la madera encerada, evocaba sutilmente en mi memoria la impresión que hizo en Goethe la visita a la Galería Real de Dresde en 1786 y que glosa en Dichtung und Warheit. Aquella sensación solemne de templo de las artes, conseguida por la elegante sacralización de la obra de arte y su entorno, hoy ha sucumbido ante el mal gusto…

De entrada la sala del siglo XVIII pivota entre la obra de dos genios como son Vicente López y Francisco de Goya, cuya obra se encabalga hasta bien entrado el siglo XIX, reduciendo a la más mínima expresión todo el setecientos valenciano, hasta tal punto que solo se muestra una única obra de José Vergara, el pintor más prolífico y destacado del academicismo valenciano e ilustrado con mayúsculas. A día de hoy hay más Vergaras colgados en mi casa que el Museo de Bellas Artes de Valencia. Respecto a la rebautizada “Sala Vicente López”, debería llamarse “Vicente López & hijos”, ya que allí también se alojan las obras decimonónicas de Bernardo y Luís López Piquer. Además se da la incoherencia de que un número significativo de obras de Vicente López no se han reagrupado y permanecen diseminadas por los corredores del museo. Una reunificación de toda la obra de Vicente López tendría cierta lógica, siempre que hubiera espacio suficiente para ello o se enmarcase dentro de una exposición temporal, que no es el caso…

La única alegría que nos da la sala es el magnífico retrato del mariscal Louis-Gabriel Suchet adquirido recientemente por el Ministerio de Educación y Cultura al anticuario barcelonés Arturo Ramón. La figura de Suchet y sus significación histórica para el museo también ya ha sido reivindicada por en este mismo blog y no vamos a insistir más en ello. En este feliz suceso también es de justicia destacar los buenos oficios de Javier Pérez Rojas, Felipe Garín y de José Gómez Frechina.

Traspasado el ámbito dedicado a “Vicente López” nos encontramos con los apiñados restos del naufragio dieciochesco y súbitamente al fondo aparece de bruces la denominada “Sala Goya”, cuyas paredes semivacías -en contraste con el recinto anterior- han sido pintadas de un mortecino color verdoso al que se añade en cada lienzo un resalte tapizado que a modo de dorado passepartout pretende resaltar los cuadros, ya guarnecidos con sus propios marcos dorados. ¿Acaso necesita la obra de Goya despuntar sobre semejante brocado?, si ya por sí misma es soberbia. Desde mi punto de vista no hacen falta semejantes “aditamentos” de mal gusto...

Salgo turbado de la sala y me veo las arquillas donadas por D. Pere Maria Orts apiñadas sobre sus tapices… ¡Per l’amor de Déu!, es que no hay mesura, ni comedimiento y ni buen gusto en este museo... Ya enojado me bajo a tomar una tila a la cafetería, pero está cerrada, al igual que está desmantelada la librería… A ver si el Estado nos rescata de una vez por todas y denuncia el Convenio de 1984, apartando definitivamente a la Generalitat Valenciana de la gestión de este museo que hay que recordar que es de titularidad estatal.



viernes, 13 de abril de 2012

Sobre la “Sala Sorolla” del Museo de Bellas Artes de Valencia


Hace ahora seis meses se inauguró a bombo y platillo la llamada “Sala Sorolla” en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Anunciada como el gran revulsivo que necesitaba el Museo y efectiva puesta de largo de los nuevos gestores culturales: Lola Johnson, Consellera de Turismo, Cultura y Deporte; Rafael Ripoll, Secretario Autonómico de Cultura y Deporte y Paz Olmos, Directora del Museo de Bellas Artes; todos ellos licenciados en derecho y del Partido Popular. Sin embargo el autor intelectual de la “idea” fue Felipe Garín, encasquillado en su propósito de sacar rédito a la marca “Sorolla”.

Pasado este medio año desde la inauguración de la sala, el público valenciano ha puesto en su sitio a esta descabellada iniciativa, con las salas prácticamente vacías al igual que el resto del Museo. La llamada “Sala Sorolla” se ha comportado como una exposición temporal al uso y ya no da más de sí, pese a la nueva ampliación de la sala y el goteo de nuevas obras. Como en toda muestra temporal se ha suscitado una curiosidad inicial, con una buena asistencia de público, un descenso paulatino de visitantes y una total indiferencia ante el agotamiento final del proyecto.

La reordenación y reagrupamiento de las cuarenta y dos obras de distinto orden que posee el Museo de Bellas Artes de Valencia de Joaquín Sorolla no permite hacer un recorrido por la vida artística de Sorolla, “desde sus inicios como pensionado en Roma hasta sus últimas creaciones” como indica la publicidad del Museo. Quien conozca mínimamente la obra del genio valenciano se sentirá defraudado por esa muestra donde abunda la producción retratística y hay escasas obras de verdadero interés. Sobrevuela en toda la sala el espíritu del frustrado “Museo Sorolla” que se pretendió crear en Valencia y que ha derivado en la modesta “Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios” con sede en el Centro del Carmen.

Desgraciadamente, esta muestra que debería haber sido solo temporal o emplazarse en una futura ampliación del centro, se ha convertido en una descabellada cesura del discurso museográfico. Al ubicarse en las salas permanentes del museo ha hecho desaparecer la práctica totalidad de la pintura barroca valenciana de la segunda mitad del siglo XVII,  con artífices tan significativos como los Esteban y Miguel March, Tomás Yepes o Vicente Vitoria por citar tan solo unos cuantos de la decena de pintores que han desaparecido o han visto mermada su obra. Con ello se ha roto toda la trayectoria histórica del recorrido amén de ser un despropósito didáctico sin precedentes.

No se si son concientes de la gravedad del asunto, echando al traste el esfuerzo y el trabajo del anterior director, tan sumamente maltratado por los últimos responsables políticos en su etapa final. Todo ello es consecuencia de que las personas que están al frente de la pinacoteca no tienen ni idea de museología, pintura o arte valenciano y otros que parecen tener “conocimientos” están más interesados en sus espurios intereses personales que en los propios del Museo, mil veces ninguneado por unos y por otros. Los gestores de la cultura –como en todos los ámbitos- tienen que ser los más capaces y preparados y no los arribistas de la política y demás diletantes.

No contentos con este despropósito que es la “Sala Sorolla”, pronto se avecina la “Sala Benlliure” y antes incluso la “Sala Goya”, desmontando con ello una de las salas más hermosas y conseguida del Museo. Ya solo les falta dedicar una muestra a Blasco Ibáñez, para alcanzar la “triada” artística del populismo valenciano, pero ya se les adelantó el señor Javier Varela en el Muvim con una de las exposiciones más caras e intranscendentes de la historia del museo, que afortunadamente le costó el puesto. Los tiempos para el Museo de Bellas Artes de Valencia han cambiado, pero parece que algunos no quieren enterarse...