viernes, 13 de abril de 2012

Sobre la “Sala Sorolla” del Museo de Bellas Artes de Valencia


Hace ahora seis meses se inauguró a bombo y platillo la llamada “Sala Sorolla” en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Anunciada como el gran revulsivo que necesitaba el Museo y efectiva puesta de largo de los nuevos gestores culturales: Lola Johnson, Consellera de Turismo, Cultura y Deporte; Rafael Ripoll, Secretario Autonómico de Cultura y Deporte y Paz Olmos, Directora del Museo de Bellas Artes; todos ellos licenciados en derecho y del Partido Popular. Sin embargo el autor intelectual de la “idea” fue Felipe Garín, encasquillado en su propósito de sacar rédito a la marca “Sorolla”.

Pasado este medio año desde la inauguración de la sala, el público valenciano ha puesto en su sitio a esta descabellada iniciativa, con las salas prácticamente vacías al igual que el resto del Museo. La llamada “Sala Sorolla” se ha comportado como una exposición temporal al uso y ya no da más de sí, pese a la nueva ampliación de la sala y el goteo de nuevas obras. Como en toda muestra temporal se ha suscitado una curiosidad inicial, con una buena asistencia de público, un descenso paulatino de visitantes y una total indiferencia ante el agotamiento final del proyecto.

La reordenación y reagrupamiento de las cuarenta y dos obras de distinto orden que posee el Museo de Bellas Artes de Valencia de Joaquín Sorolla no permite hacer un recorrido por la vida artística de Sorolla, “desde sus inicios como pensionado en Roma hasta sus últimas creaciones” como indica la publicidad del Museo. Quien conozca mínimamente la obra del genio valenciano se sentirá defraudado por esa muestra donde abunda la producción retratística y hay escasas obras de verdadero interés. Sobrevuela en toda la sala el espíritu del frustrado “Museo Sorolla” que se pretendió crear en Valencia y que ha derivado en la modesta “Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios” con sede en el Centro del Carmen.

Desgraciadamente, esta muestra que debería haber sido solo temporal o emplazarse en una futura ampliación del centro, se ha convertido en una descabellada cesura del discurso museográfico. Al ubicarse en las salas permanentes del museo ha hecho desaparecer la práctica totalidad de la pintura barroca valenciana de la segunda mitad del siglo XVII,  con artífices tan significativos como los Esteban y Miguel March, Tomás Yepes o Vicente Vitoria por citar tan solo unos cuantos de la decena de pintores que han desaparecido o han visto mermada su obra. Con ello se ha roto toda la trayectoria histórica del recorrido amén de ser un despropósito didáctico sin precedentes.

No se si son concientes de la gravedad del asunto, echando al traste el esfuerzo y el trabajo del anterior director, tan sumamente maltratado por los últimos responsables políticos en su etapa final. Todo ello es consecuencia de que las personas que están al frente de la pinacoteca no tienen ni idea de museología, pintura o arte valenciano y otros que parecen tener “conocimientos” están más interesados en sus espurios intereses personales que en los propios del Museo, mil veces ninguneado por unos y por otros. Los gestores de la cultura –como en todos los ámbitos- tienen que ser los más capaces y preparados y no los arribistas de la política y demás diletantes.

No contentos con este despropósito que es la “Sala Sorolla”, pronto se avecina la “Sala Benlliure” y antes incluso la “Sala Goya”, desmontando con ello una de las salas más hermosas y conseguida del Museo. Ya solo les falta dedicar una muestra a Blasco Ibáñez, para alcanzar la “triada” artística del populismo valenciano, pero ya se les adelantó el señor Javier Varela en el Muvim con una de las exposiciones más caras e intranscendentes de la historia del museo, que afortunadamente le costó el puesto. Los tiempos para el Museo de Bellas Artes de Valencia han cambiado, pero parece que algunos no quieren enterarse...